miércoles, 30 de diciembre de 2015

Día 5: Dunas de Erg Chebbi

Comenzamos el día con un desayuno en la zona de la piscina del albergue, a través de los arcos que rodeaban el patio contemplábamos las dunas de Erg Chebbi. Fué un momento mágico. 


Hoy la ruta prevista nos daría toda la vuelta a la gran duna comenzando por tomar dirección norte dejando las dunas a nuestra derecha. En esta zona hay más tráfico y de vez en cuando nos cruzábamos con algún coche. Es curioso como los vehículos circulan sin orden ni concierto, sin senda definida en muchos tramos, dado que el terreno es prácticamente  llano y con pocos obstáculos, han de circular esquivando las columnas de polvo que van dejando tras de si los demás. Nuestro chofer Ismail va eligiendo el camino sobre la marcha a medida que nos acercamos a una zona de grandes rocas de piedra. 

Se trata de uno de tantos yacimientos fósiles que existen diseminados por todo el Sahara. Algunos comerciantes esperaban allí la llegada de viajeros para vender diferentes piezas de artesania elaboradas con piedras fosilizadas, caracolas, trilobites, algas, y otros restos de este tipo, lo curioso es que son pruebas fehacientes de que todo esté basto territorio fue hace miles de años fondo marino y emergió con el lento movimiento de la corteza terrestre naciendo así el desierto que hoy estamos viendo. 

Retomamos los coches y continuamos nuestra andadura bordeando Erg Chebbi, para ello tomamos rumbo sureste, pues habíamos dejado atrás el extremo norte de la gran duna. 

El terreno arenoso comienza a ondularse y aparece ante nosotros un desnivel en descenso, los coches se detienen al borde y admiramos una depresión trasversal con forma de cauce torrencial y un palmeral junto a una pequeña aldea que ha sido localización cinematográfica. Dimos un pequeño paseo haciendo fotos y devolviendo el saludo a varios paisanos que salieron de sus casas ante nuestra llegada. Los coches cruzaron el cauce seco y volvimos a bordo hacia el siguiente punto. 

De nuevo, encaminados ya hacia el sur y con la gran duna en lontananza a nuestra derecha como referencia, el terreno volvió a ser de nuevo prácticamente llano y liso, permitiendo la circulación en paralelo y tomar unas estupendas fotografías y vídeos de los coches rodando a toda velocidad como si estuviéramos en pleno París-Dakar. 

En mitad de la nada nos detuvimos junto a una solitaria haima hecha de alfombras y varios palos de madera junto a un pequeño y rudimentario cubiculo de adobe del tamaño de un ascensor que servía de cocina. Un burro permanecía amarrado junto a un crío que jugaba con un balón de goma. Es todo lo que tiene la señora que vive ahí, en plena soledad tras haber sido expulsada por su marido quien le impide contacto alguno con sus dos propias hijas. Ella es conocida por los guías locales y habitantes de la zona quienes la asisten en la medida de lo posible. Mustapha y Hassan, que conocen al marido y le describen como mala persona, lograron convencerle un día para que permitiera llevar a las dos hijas junto a su madre al menos por un día. Sin duda una historia conmovedora de la que se interpreta una evolución progresiva de las costumbres locales con respecto a la mujer: algunos mayores siguen viendo normal el destierro y el abandono mientras que los jóvenes sienten indignación por este tipo de situaciones. 

La señora nos preparó un té que acompañamos con cacahuetes. Acordamos dar una pequeña donación económica a aquella señora que lo agradeció tan profundamente que nos emocionó. 

Nos despedimos y seguimos la marcha hacia el sur. El sol del mediodía iluminaba las dunas a nuestra derecha ofreciéndonos un espectáculo continuo. Rebasamos el extremo sur y nos encaminamos rumbo noroeste. Pronto llegamos a un lugar donde se elevaba el terreno, una gran colina de color grisáceo se elevaba ante nosotros. Un camino de gran pendiente buscaba su cima, abandonamos el collado y, con gran sorpresa, encaramos esa fuerte rampa. Enseguida estábamos circulando por un terreno escarpado junto a un barranco hacia una punta que, en forma de proa, tenía la ladera ofreciéndonos un escelente balcón desde el que contemplar las dunas. 

Allí mismo varios comerciantes de minerales tenían dispuestos varios tenderetes rudimentarios y ofrecían todo tipo de piezas de Artesania o peculiaridades como rosas del desierto y piedras huecas con el interior cristalizado. 

Al continuar nuestro camino, ya en dirección norte, entramos en la zona de influencia de Merzouga y nos detuvimos en un hotel-kasbah a comprar algunas cervezas, que nos salieron a 3 euros por lata, y unos frutos secos para pasar la tarde. 

En un corto trayecto llegamos de nuevo al Auberge du Sud para comer, después de la ensalada de rigor, nos sirvieron una empanada de carne con cebolla excelente, hecha al horno, lo que ellos denominaban curiosamente pizza. 

Después de comer regresamos hacia los coches para ir hasta, lo que llamábamos en broma, The Camel Station, una explanada a un kilómetro al norte del hotel en donde numerosos dromedarios con sus dromedarieros esperaban la llegada de viajeros para ser conducidos hasta el albergue en mitad de las dunas. 

Bajamos de los coches cada uno con su mochila para pasar la noche en mitad de una zona totalmente inhóspita con servicios totalmente básicos. 

Los dromedarios permanecían recostados sobre la arena mientras los cuidadores distribuían a los pasajeros en ellos, una vez que cada uno teníamos el nuestro procedimos a la complicada tarea de subirnos en ellos. Bastaba con subirse a horcajadas sobre la montura que estaba a una altura aceptable mientras que el animal se mantuviera en esa postura. Al levantarse, el dromedario primero planta las rodillas de las patas delanteras, lo que te empuja hacia adelante y tienes que sujetarte para no caer hacia atrás, inmediatamente después incorpora la grupa casi de un salto que te lanza hacia adelante como no te agarres y por ultimo se incorpora de los cuartos delanteros en un vaivén que provoca momentos de tensión. Una vez en lo alto del dromedario impresiona la altura del animal, muy superior a la de un caballo, cuando se mueve o se desplaza uno siente cierta inseguridad al no tener el control del movimiento. Los cuidadores, conductores o dromedadieros, llevan las cabalgaduras unidas una a otra mediante correas que van del bocado a la cincha de la montura uniendo hasta diez unidades, la correa que sujeta el bocado del primer dromedario la lleva el conductor de la mano quien dirige la fila a pie. 

El comportamiento de los animales, olisqueando cada uno al jinete que lleva  delante, tanto en parada, como en la marcha, origina diversas bromas. Al alcance de la mano queda la cabeza del dromedario que va detrás tuyo. Antes de iniciar la marcha, es momento para hacernos fotos unos a otros, pero es difícil, porque los movimientos impredecibles del animal, aunque lentos y pausados, no te recomiendan soltar las dos manos del agarre en forma de manillar de hierro que sale de la parte frontal de la silla. El hecho de no llevar riendas ni estribos también aporta una sensación de vulnerabilidad y de falta de puntos de apoyo. 

Iniciamos la marcha y nos alejamos de la "Camel Statiom" a través de una senda entre dunas marcada por numerosas pisadas y rodadas en la arena. Pronto empezamos a navegar en un mar de dunas, crestas y valles, la orientación es compleja de no ser por las pisadas en la arena. Al fondo surge un coche entre la arena, intenta remontar una cresta y no la alcanza, gira, vuelve atrás y lo vuelve a intentar. Iniciamos una bajada y lo perdemos de vista. Surge otra fila de camellos a pocos metros. Nos metemos en un valle y los perdemos de vista. 

El paso es lento y monótono, en llano y en ascenso el movimiento de la montura es suave y acompasado, pero en las rampas hacia abajo es inestable, arrítmico e incómodo, ya que tienes que aplicar un poco de fuerza sobre el agarre para echar tu peso hacia atrás y no caer a la nuca del animal que avanza tropezando y resbalando en la arena blanda y suelta del cresterio de la duna. 

Ahora si que admiramos un paisaje propio del desierto de arena y dunas, el sol de la tarde aún nos pega fuerte desde la derecha y se agracede la sombra de las dunas más grandes que aparecen a nuestro lento paso, el color ocre, amarillo y dorado es hipnotizante y las curvas sinuosas de las crestas, ascendentes, descendentes, suaves rampas en curva, líneas perfectamente paralelas que labra la suave brisa, pequeñas huellas correteando por aquí y alguna que otra por allá de algún pequeño roedor, la absoluta ausencia de vegetación, innumerables detalles en un paraje único y asombroso. 

Durante una hora estuvimos cabalgando hasta llegar al campamento, a los pies de una descomunal duna se abría una llanura en la que podíamos ver el campamento como un conjunto de haimas hechas de tela y alfombra con forma cuadrada y dispuestas alrededor de una placita central en la que ardía una hoguera y algunos huéspedes permanecían relajados tomando te entre sillas, colinas y alfombras que ocultaban la arena. 

Estaba ya a punto de anochecer y la fila de dromedarios se detiene en uno de los pequeños collados que rodean el campamento a unos doscientos metros, el conductor nos avisa que nos agarremos, va a sentar a los dromedarios, nuevamente el vaivén hacia adelante y hacia atrás hasta que el animal queda con la panza sobre la arena. Se terminó la travesía por el desierto. Nos despedimos de los dos conductores que habían venido con nosotros y nos dividimos, algunos prefieron ir directamente al campamento y otros decidimos recorrer la cresta que desde este lugar se iniciaba y alcanzaba una cumbre que veíamos a unos doscientos metros de desnivel que recortaba el horizonte iluminado por la inminente puesta de sol y en la que se veían las siluetas de otros viajeros que habían alcanzado esa posición perfecta para observar tamaño espectáculo. 

Opte por la caminata, a pesar de que las distancias son difíciles de calcular a falta de referencias visuales, salvó el tamaño de las siluetas, pensamos que no nos llevaría mucho tiempo alcanzar la cima y que llegaríamos a tiempo. Empezamos a dudar en la primera cuesta, sobre la cresta, esta tomaba una pendiente fuerte de arena blanda que hacia que el pie se hundiera hasta el gemelo en cada paso haciendo el avance penoso y lento. Alcanzamos una nueva cresta que continuaba llameando y paramos a darnos un respiro, pensamos que igual no nos daba tiempo, y que mientras no perdiéramos de vista el campamento, allá abajo, estaríamos seguros de no perdernos. Continuamos avanzando y para nuestra alegría, la arena estaba dura, pisabas y se te hundía el pie como cuando se camina por una playa, en otros tramos ni eso, sólo se hundía la planta de la zapatilla si ponías el pie plano sobre el suelo, y así, poco a poco íbamos tomando altura y la cumbre se veía por fin más cerca. 

La pendiente se suaviza y ya tan solo nos quedan cien metros por recorrer hasta alcanzar la cresta que conduce a la cumbre, vemos que perdemos de vista el campamento pero que es evidente el gran hueco sobre el que descansa. Observamos que la línea recta entre la cima y el campamento es una única ladera de fortísima pendiente, casi una pared, parecía que de tropezar, caerías por la lardera directo al campamento. 

Caminar por la estrecha cresta era impresionante, a nuestra izquierda la olla del campamento y a nuestra derecha, otra gran ladera salvaba un gran desnivel hacia un espectacular paisaje de dunas bañadas por un rojizo sol que comenzaba a lamer el horizonte. Es un momento mágico, nos sentamos sobre la arena a contemplar en silencio el paso del tiempo sobre este bello lugar recóndito, inhóspito y único. Las arenas del desierto se tornaron rojizas, las sombras se proyectaban formando sinuosas formas de paralelismo perfecto en su caos ordenado. A medida que el sol se hundía, los colores se hacían más intensos si cabe, el cielo despejado reflejaba el color de las arenas que parecían arder en llamar para poco a poco, apagarse como el final de una lluvia. El último cuarto del disco solar desapareció en tan solo breves segundos dejando un paisaje mudo, silencioso, comenzando a palidecerse y sumirse lentamente en el sueño profundo de la noche. 

Salimos de nuestro trance y decidimos como regresar al,campamento entre tres teorías, una, volver por donde habíamos venido, esto suponía atravesar algunos collados y superar dos o tres crestas, podríamos perder referencias; otra, descender la cresta de la cumbre hacia el sur y alcanzar un collado que parecía estar a la misma altura del campamento, pero habría que rodear la gran duna y perder de vista el campamento; otra, ir en línea recta, a capón, descendiendo la ladera de más de doscientos metros de altura con un desnivel casi vertical. Optamos por esta última, la más vertiginosa pero más segura, era imposible caer y rodar por la poca consistencia de la arena y no perderíamos de vista la referencia. Nos descalzamos para sentir la fría arena en nuestros pies y, con gran sorpresa, descubrimos lo tremendamente fácil que era caminar, y lo divertido que fue. 

Como auténticos críos descendimos la ladera, algunos corriendo incluso, ya que al hincar el talón el pie se hundía por encima del tobillo y la arena resbalaba hacia abajo casi un metro, era como si en cada paso hicieras tu propio, y ergonómicamente perfecto peldaño que descendía como escalera mecánica, avanzando tres pasos en cada paso, un sensación extraña que combinaba el efecto óptico de vértigo con la seguridad latente de la arena blanda y moldeable que te entregaba amigablemente a la base de la montaña. 

Parábamos de vez en cuando a reírnos sorprendidos por el curioso efecto, en una gran descarga de endorfinas, aún así la pared se inclinaba más todavía, poco a poco se fue endureciendo y suavizando. Habíamos alcanzado el nivel del campamento y ya podíamos oler el te calentito que nos esperaba. Un vistazo atrás nos mostraba la gran mole de arena que habíamos descendido en apenas cinco minutos, y que nos hubiera llevado casi una hora volver a hacer cumbre, de haber habido remonte en telesilla, hubiéramos subido sin dudarlo. 

Reunidos ya al resto del grupo, aún no habían ido a ver las haimas, la sencillez de las mismas había provocado alguna que otra inquietud sobre la comodidad de la que podríamos disfrutar de esta noche, la cual iba a ser escasa, pero cuando el grupo descubrió que nuestras haimas estaban equipadas de maravilla se llevaron una grata sorpresa. Disponíamos de cinco haimas de lujo las cuales eran tiendas e de campaña de tela y alfombra de forma cuadrada y estructura metálica, en el interior había un espacio diáfano, a excepción de las camas, de unos ocho metros cuadrados y dos de altura, tras una puerta cada una de ellas tenía la tradicional distribución del baño, en el centro el lavabo, de obra y prácticamente nuevo, a la derecha el inodoro y a la izquierda la ducha, todo perfectamente limpio y libre de polvo o arena. Lo único que echaríamos en falta sería la calefacción, pero ya sabíamos que deberíamos dormir bien abrigados. 

La noche había caído y la luna se resistiría en salir, de modo que la noche era muy cerrada. El campamento estaba acertadamente iluminado con suave luz eléctrica, fuimos a la placita central en la que servían te alrededor de una hoguera entre tenderetes, alfombras, cojines, mesitas, muy confortable, ideal para tomar unos cacahuetes acompañados de te y de cerveza que habíamos traído. 

La cena se dio en una tienda ideada al efecto, decorada con todo lujo de detalles y calefactada, con sus mesas y sus sillas y demás, todo tan bien pensado que no pareciera que estuvieras dentro de una tienda de campaña, parecía lo contrario: un restaurante de hotel decorado para parecer una tienda de campaña. 

Lo impresionante de todo es que estábamos en pleno desierto de arena, bajo una gran duna, rodeado de otras más pequeñas, y alejados de la mano de dios, donde Cristo perdió la zapatilla, sin cobertura, sin conexión wifi, ni nada. 

Los demás huéspedes del campamento eran casi todos jóvenes españoles y franceses en diferentes grupos de viaje, junto con los conductores y guías que habían venido más los empleados del campamento, todos funcionando hombro con hombro para dar servicio y crear un ambiente memorable y una experiencia única, comenzaron a tocar alrededor de la hoguera timbales, tambores, darbucas y guitarras, palmas y cánticos rítmicos y divertidos, alegres y espontáneos, bailábamos, tomamos te y disfrutamos de una velada en el desierto maravillosa. 

Alguien pidió apagar la luz eléctrica que, aún siendo suave, atenuaba la luz de las estrellas, y todos nos unimos a una voz de entusiasmo cuando quedamos envueltos en una oscuridad rota por las estrellas, constelaciones y nebulosas perfectamente visibles en la cúpula celeste marcada de lado a lado por la vía láctea. Pudimos repasar algunas de las constelaciones con una aplicación de móvil pasando así un momento muy interesante. 

Al rato, sentados alrededor del fuego y cantando canciones, el cielo se fue iluminando poco a poco, las estrellas comenzaron a apagarse y la gran loma que habíamos descendido se recortaba en el cielo. Estaba amaneciendo la luna.

Por el este y sobre la cima de una duna apareció un punto blanco brillante, en pocos segundos creció y creció hasta aparecer la luna en cuatro creciente iluminando todo el valle. Fue un amanecer lunar espectacular. 

El fuego se fue consumiendo y el sueño nos empezaba a atacar, era hora de irse a la cama, vestirse todo lo que uno pudiera y hacer frente a las temperaturas de cinco grados de la manera más honesta posible, y dar por terminado una jornada de desierto que merece, en sí misma, toda la expedición al completo. 


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